¡Buenas noches!
Son ahora mismo las 0:13 y hace exactamente un año Marcos y yo íbamos camino del hospital donde, horas más tarde, nacería Jon, nuestro segundo hijo.
Esta semana la he dedicado a recordar, vivenciar y sanar. Me parece mentira que el tiempo pase tan rápido, la vida se nos escapa entre los dedos y esto, a menudo, me asusta.
Ha sido un año intenso y de gran aprendizaje. Recuerdo que el día de antes del parto, yo empecé a notarme más cansada y a sentir contracciones muy leves y esporádicas. Jon nos estaba diciendo que estaba preparándose para nacer.
Esa misma tarde tenía muchas ganas de dulce, pues mi cuerpo sabía que necesitaba calorías para el esfuerzo que se le venía. El cuerpo, siempre, tan sabio...
Y después de esa merienda, Leo y yo nos acostamos en el sofá para descansar. Yo que no suelo dormir la siesta, ese día la dormí junto a él, muy pegaditos y abrazados. Fue una siesta tan reparadora que sentí haberme trasportado a otro mundo. Jamás olvidaré nuestra última siesta juntos, pues las demás ya serían compartidas. Benditas las de antes y las de ahora.
Por la noche, conforme se acercaba la madrugada las 'olas uterinas', como me había recordado Carmen María en nuestras sesiones de Método Naces, eran más profundas. Yo me puse un rato en la pelota de pilates, pero Yuna y Leo solo querían estar pegados a mí y yo necesitaba estar sola, concentrada y con espacio.
Este hecho fue determinante para no esperar más en casa y decidimos ir al hospital. A mí me costaba casi andar ya, sentía frío y calor...
Mi madre se quedó en casa con Leo, al que dejé llorando en la puerta y con una sensación de felicidad y expectación. Esa noche se durmió muy tarde y en el sofá, me contó más tarde mi madre.
Yo me sentía muy rara y no me veía con fuerzas para ir a Torrevieja, lugar que barajábamos para ingresar. Fui, finalmente, al hospital que me correspondía, el más cercano, sin miedo ni incertidumbres, pues Marcos y yo sabíamos que decidiríamos el hospital en el último momento, según el pálpito y esa decisión iba a ser la adecuada.
Llegué de 7 centímetros de dilatación y nos quedamos allí. Nada más entrar por urgencias, comencé a practicar h'oponopono, esa herramienta que, a lo largo de mi vida, está tan presente y que tanto me ayudó en el parto de Leo.
Recordé las mariposas de oxitocina, las palabras que me dedicaron mis amigas unas semanas antes en una ceremonia muy íntima y maravillosa, charlé con Marcos y nos reímos de anécdotas que íbamos recordando.
Conocí a la matrona y, mirando sus ojos, le hablé con respeto y sinceridad. Le conté por encima mi experiencia en el primer parto, lo que deseaba, mis miedos y comprendí que, esta vez, sería diferente. Eva, la matrona, me acompañó desde la distancia, hablando muy bajito y bajando las luces. Nos dejaron solos mucho rato, me dieron autonomía para hacer y respetaron nuestras preferencias.
Mi única espinita viene en el último momento, con un cambio de turno y una enfermera que intentó realizarme la maniobra de kristeller. La matrona le pidió que me dejara, pero su intervención me ocasionó un pequeño desgarro, que se podía haber evitado. Lo que más me dolió no fue en sí esto, sino lo que me dijo: "venga, te ayudaré, que no sabes empujar".
Yo, que había pasado parte de la dilatación en casa y que me encontraba muy bien anímicamente para seguir, incluso con el esguince de mi tobillo izquierdo aún sin curar. No quedaba nada, yo sentía perfectamente cómo Jon descendía...Hoy por hoy no dejaría que me pusiera una mano encima pero, en ese momento, cualquier mujer es tan vulnerable y está en otro mundo que yo sentí que todo ocurría muy deprisa y solo me dio tiempo a decirle que YO SÍ PODÍA.
YO PUEDO. YO SÉ. MI BEBÉ SABE.
Marcos cogió con sus brazos a Jon en el último momento y a las 8,30 de la mañana, el mismo día que cumplía la semana 40 vino al mundo mi segundo hijo, el que ha puesto patas arriba mi vida y me ha enseñado, como gran maestro que es, a vivir más en el presente, a disfrutar del apego sin límites.
La lactancia se instauró sin problemas, ¡más de una hora estuvo mamando nada más nacer!. Una ya no es tan novata en esto de la lactancia, pues aún seguimos en tándem (o eso creo), pero las primeras semanas, hasta que se regula producción y demanda, son muy intensas.
Mi recuperación fue espectacular, me sentía tan fuerte y feliz, que eso me ayudó en los primeros meses con Leo y la llegada de Jon. Mentiría si dijese que todo ha sido un camino de rosas, pero ahora sí puedo decir que los primeros roces ya no lo son tanto, que nosotros sabemos llevar mejor los momentos de presencia de ambos y que este puerperio me está transformando a muchísimos niveles.
Jon es ahora cuando puede dormir en algún lugar que no sean mis brazos. A mí me encanta que lo haga pero reconozco que estos meses han sido muy largos, cuando los dos querían que yo los acunara y no podía ser.
Gracias, papá, por estar siempre ahí, por ser un compañero de verdad y allanar el camino. Sé que para ti también ha sido difícil en muchos momentos pero siempre te siento cerca. Te adoro.
Leo, Jon, GRACIAS. Por ser mis maestros, la calidez y armonía que necesito. Las dos razones por las que mi mundo y mis ideas se tambalean en muchas ocasiones, porque pretendo ser la mejor madre para vosotros. Gracias por elegirme, por despertarme siempre porque así os miro y os sonrío y por llamarme para sentir esa palabra tan hermosa: MAMÁ.
¡Os amo!